
Y entonces, se desata el infierno. Caes en picado. El acolchado no basta, y el suelo está a punto de estamparte la cara. Se te vuelve a lanzar arriba, pero una vez más, según la gravedad te ralentiza para otra cima, vuelves a caer. No tienes control. Vas donde te lleve. No hay frenos. Sólo recovecos, y destellos coloridos. Es aterrador y vigorizador.
Al final, se detiene lentamente. Te bajas y trastabillas como un borracho. Ves la gente en la fila. Te vuelves poner a la cola. Pero esta vez, la gente se cuela. Nunca consigues alcanzar cabeza de la fila.
Es hora de irme a casa.
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