Las tres es mala hora para el negocio. Mi única clienta leía, sin mover un músculo
excepto para pasar las páginas y lanzar algún vistazo a la ventana. Por lo demás,
la única acción en la cafetería debía desencadenarse a lo largo de las páginas
de su libro.
Su café era lo único
que íbamos a cobrar antes de las cuatro pero aún así, me molestaba verla ahí
ocupando mesa con su vaso dejado de lado. ¿Esperaba a alguien? Nadie venía. ¿Quién vendría? Yo desde luego no hubiera querido acudir a una cita con una
mujer como ella. No era por su aspecto: fealdad no estaba entre sus cualidades.
Era más bien la falta emoción en su rostro. O quizás realmente era una falta de cualidades. Me daba
escalofríos; como si tuviera demasiado cerca un ángel de muerte.
Se abrió la puerta y entró mi compañera para empezar su
turno. Saludó, pasó al baño a cambiarse y volvió unos minutos después. Aproveché la nueva presencia humana. –Pregúntala si quiere tomar algo más.
Mi compañera parpadeó y echó una ojeada por el bar. Yo pasaba
un trapo por la barra, moviendo la suciedad de un lado a otro. Al notar que no hacía nada, añadí; –La chica. En la ventana. Con el libro.
–¿Qué chica?
Miré para señalarla. No había ni chica, ni libro, ni vaso.
Sólo un chirrido de frenos, un choque, y gritos en la calle.
No hay comentarios:
Publicar un comentario